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Timbuctú fue el centro del mundo cultural del África negra. Era un enclave vital de la ruta del oro en la Edad Media.
Un oasis estratégicamente situado a los pies de las dos grandes autopistas de la época: las caravanas de camellos que, desde el Mediterráneo, atravesaban -hacia el sur- el desierto del Sáhara, trayendo sal y telas principalmente; y el transporte fluvial por el río Níger de donde provenían productos del África occidental, muy apreciados en Europa como el oro, el ébano o los esclavos.
Pero los comerciantes que llegaban a Timbuctú no transportaban solo mercancías, también eran los difusores de la cultura del momento, puesto que trajinaban, además, libros y manuscritos desde la otra ribera del Mediterráneo o de Oriente Medio. Cientos de maestros y calígrafos copiaban estos volúmenes y los redistribuían, o se quedaban celosamente guardados en las nutridas bibliotecas familiares de la ciudad. Este era el verdadero tesoro que albergaba Timbuctú.
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